LETRAS DEL SUR
   
 
  La fantasía de lo real en “La noche boca arriba” de Julio Cortázar
Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú
 
En su artículo titulado “Bienvenidos al desierto de lo real”, Slavoj Zizek analiza el impacto de las fantasías en la vida cotidiana occidental. Pone como ejemplo el pánico desatado en los círculos financieros por el virus del milenio (“Millenium Bug”) debido al colapso de los sistemas informáticos por el cambio de fecha: ¿cómo interpretarían el “00”, 1900 ó 2000? De esta manera, se tejieron las hipótesis más increíbles acerca del origen de esta amenaza informática, especulaciones que transitaron desde la teoría de la conspiración hasta el sensacionalismo publicitario. Llegado el momento, ninguno de los trágicos vaticinios se había cumplido. Bien apunta Zizek que: "Con lo que nos confrontó el Millenium Bug fue con el hecho de que nuestra vida ‘real’ misma está sostenida por un orden virtual de conocimiento objetivado, cuyo mal funcionamiento puede tener consecuencias catastróficas. Jacques Lacan lo llamó conocimiento objetivizado —la sustancia simbólica de nuestro ser, el orden virtual que regula el espacio intersubjetivo— el gran ‘Otro’" (2000:131).
 
Las relaciones humanas en la sociedad postindustrial, cibernética e informatizada, dependen mucho de la tecnología digital, la cual sostiene el aparato financiero, los medios de comunicación, el acceso a la información en tiempo real, Internet, etc. Ese espacio virtual al que alude Zizek es un ejemplo del  fantasma que sostiene la realidad, pero a una realidad de la cual no tenemos conocimiento sino hasta que “se cae el sistema” y los usuarios que dependemos de la tecnología informática debemos aguardar el “retorno del sistema”, para seguir con nuestro ritmo de vida normal. En este ejemplo, la realidad monstruosa e inestable, aparece cuando podemos atravesar la fantasía, cuando cayó el sistema y podemos contemplarla en su verdadera dimensión. Esta nueva realidad provoca el pánico ante una situación no prevista por la estructura informática. Esa realidad virtual crea el fantasma, (o mejor dicho, es el propio fantasma del tipo “está es la realidad”) de seguridad y confianza en nuestra experiencia sensorial, ocultando tras de sí la monstruosa realidad de un mundo sometido al imperio de las máquinas (Terminator, Matrix). Pero lo paradójico está en que la fantasía oculta un aspecto de la realidad exponiéndolo directamente. Precisamente, he ahí su eficacia: materializarse en un objeto exterior para no ser reconocida en la formulación explícita de un discurso (Zizek 1999:15). La fantasía atenúa, opaca, disimula el verdadero horror de lo Real: la fantasía oculta este horror pero al mismo tiempo crea aquello que pretende ocultar, el punto de referencia “reprimido”.
 
Cabe hacernos la siguiente pregunta: ¿cuáles son los límites entre la realidad y la ficción?, ¿cuáles son los límites entre la realidad y la fantasía? Para ello son necesarias algunas precisiones teóricas acerca de la noción lacaniana de “fantasía”. Usualmente, los términos fantasma y fantasía son utilizados por Lacan como sinónimos. Lacan resalta la función protectora del fantasma contra la castración, contra la falta en el Otro. El fantasma (o la fantasía) permite al sujeto sostener su deseo, es “aquello por lo cual el sujeto se sostiene a sí mismo en el nivel de su deseo que desaparece”. En la concepción lacaniana, la fantasía no es lo que se opone a la realidad, sino lo que permite que la realidad exista pero ocultando algo, que resulta traumático para el sujeto. De ahí que Lacan destaque al fantasma como protector contra la castración. A través del comentario del cuento “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar, ejemplificaré la noción lacaniana del fantasma, tomando como referencia también los aportes de Slavoj Zizek.
 
Durante la narración el protagonista transita entre la realidad de su quehacer cotidiano y un aparente sueño en el cual se ve a sí mismo como un nativo moteca, huyendo de los guerreros aztecas que lo persiguen para sacrificarlo. En la supuesta realidad, es un muchacho de la ciudad de Buenos Aires que coge su moto una mañana y fascinado por el paisaje de las avenidas bordeadas de árboles, se distrae y atropella a una mujer que se atravesó en su camino. Luego es conducido en estado semiinconsciente a un hospital donde lo atienden después del accidente: “Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas (…) Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los motecas” (2000: 133).
 
El ingreso al sueño coincide en el relato con la aparición de la paranoia, los delirios y las alucinaciones. La paranoia es una forma de psicosis caracterizada por los delirios. Dentro del psicoanálisis lacaniano al paranoico le falta el Nombre-del-Padre y el delirio es el intento por llenar el vacío dejado por la ausencia de este significante primordial. Los delirios no son propiamente una enfermedad, sino un intento del paranoico por curarse, por reconstruirse para estar completo. Cuando el Nombre-del-Padre no ha sido integrado al mundo simbólico, sino forcluido (excluido de la estructura familiar), en el orden simbólico del sujeto queda un agujero. Es la ausencia del padre simbólico la causa de la psicosis. Alucinaciones y delirios indican que el sujeto ha entrado en la psicosis, producto del choque contra el significante forcluido que no puede asimilar. Para Lacan una alucinación es el retorno del significante forcluido en la dimensión de lo real. Delirio y alucinaciones los tipifica como fenómenos psicóticos. En la alucinación, el sujeto percibe sensaciones y somatiza diversos síntomas en ausencia de un estímulo material que pudiera provocarlo en situaciones normales. Lacan cuestiona esta noción de alucinación porque ignora la significación que el sujeto le da a la realidad. Para el psicoanálisis la realidad es un discurso construido por el sujeto. Cualquier estímulo que provoque una reacción, es tan “real” en su materialidad como en su virtualidad, porque lo que importa es la construcción de la subjetividad.
 
El protagonista percibe su sueño como otra realidad, que no es continua con la realidad que está vivenciando en el hospital donde es internado luego de accidentarse en su moto. La prueba de esa discontinuidad es que despierta y se choca con el hecho de que “él mismo está en otro lado” al mismo tiempo (en un hospital de la ciudad de Buenos Aires y en una selva tropical), es decir, se encuentra escindido entre dos realidades. El muchacho despertó afiebrado, temblando y empapado de sudor, luego de soñar que los perseguían los aztecas para sacrificarlo. Sus compañeros de cuarto le indicaban que eso era normal, que bebiera un poco de agua. Hizo lo propio, pero al quedar dormido el sueño continuaba, y en dicho sueño es capturado y encerrado para ser luego sacrificado. Volvió a despertarse esta vez más preocupado y con el propósito de no volverse a dormir (negación de la realidad onírica). Confiaba en la certeza de estar despierto y que era simplemente aquello una pesadilla, “gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer”. Cerrar los ojos y volverlos a abrir, es el acto que marca para el protagonista el ingreso y el retorno al sueño y a la realidad: “Y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano (…) ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro (…) un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas”.
 
No era un muchacho que soñó ser un guerrero moteca, sino un moteca que soñó estar conduciendo su moto en “una ciudad asombrosa”, referida como Buenos Aires. Existen relatos en los cuales el personaje tiene un sueño a veces revelador de su futuro, la mayor parte de veces nefasto, es decir, el sueño (o la alucinación) se presenta como una advertencia, y al final cuando despierta de su ensoñación decide corregir su vida “en la realidad”; ejemplo de ello ocurre en la película El abogado del diablo, donde un joven abogado con una brillante carrera, es seducido por el poder de un misterio hombre de negocios que logra convencerlo de asumir la defensa de sujetos, que se sabe, son culpables; al final todo fue una ensoñación y ya consciente, decide corregir su proceder con los casos que defiende. Nuestro relato es distinto: el sueño no fue una revelación del futuro, ni le permitió al personaje enmendar su proceder en la realidad, porque la verdadera realidad estaba “del otro lado”, o sea, en el sueño.
 
Zizek apunta que en los sueños encontramos lo real de nuestro deseo. El inconsciente no está tan profundamente oculto como podríamos pensar, sino terriblemente expuesto en el quehacer cotidiano. Ser un guerrero moteca que soñó ser un joven bonaerense, es equivalente a decir que aquello que tomamos por real no es más que la proyección de nuestros deseos. O dicho de otra manera: somos criminales en potencia que soñamos (creamos la ficción) de ser sujetos ejemplares, honestos, trabajadores, etc. Así como en Matrix, la realidad estaba en otro lugar. Nuestra realidad común cotidiana, la realidad social en la cual asumimos roles de personas comunes y corrientes, se convierte en una ilusión fundada en cierta represión, en no tomar en cuenta lo real de nuestro deseo. Visto así, el sueño no es un escape de la realidad, sino la materialización de nuestra realidad que viene “del otro lado”.
 
En la realidad del sueño, el deseo del protagonista es la supervivencia. Para él la barrera de lo real ha caído al momento que tiene que enfrentarse ya no a su rehabilitación en el hospital, sino a la persecución de los aztecas. Siente, percibe olores, experimenta la realidad, pero al “despertar” no quiere volver a dormir por temor a que el sueño continúe. Pero también existe en el personaje el temor a tener plena conciencia de su realidad, temor al contacto directo con la realidad misma luego de haber estado frente a ella a través del sueño. La realización de su deseo estaba en la evasión, en la huida, en evitar la muerte. En tanto ciudadano moderno su deseo era evitar a toda costa volver al sueño, que en verdad era volver a su realidad. La angustia del personaje de sentirse escindido entre dos realidades lo llevó a refugiarse en una más placentera: al despertarse se sentía reconfortado al sentir que “solo fue un sueño” pero conforme la escena del sueño cobraba más fuerza, (el retorno de lo real), aumentaba la tensión y el personaje enfrentaba mayor conflicto consigo mismo.
 
La neurosis es una mala manera de defenderse de un goce doloroso, porque para aplacar lo intolerable de un dolor, el sujeto transforma el dolor en sufrimiento neurótica, canalizándolo a través de síntomas. Se sustituye un goce inconciente y peligroso, por un sufrimiento consciente y soportable. En la neurosis histérica el sujeto convierte el goce inconsciente en sufrimiento corporal, a través de síntomas somáticos como parálisis, trastornos de la sensibilidad, insomnios, desmayos, somnolencia, etc. Veamos ello en el relato: “Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia delante”; “La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto (…); Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder”. Mientras el neurótico obsesivo sufre en el pensar y en neurótico fóbico sufre ante la amenaza de un objeto exterior, el histérico somatiza su sufrimiento. El dolor del protagonista, las sensaciones más vivas, como colores, sonidos y olores penetrantes no provienen de la realidad del joven bonaerense, sino del “sueño” en el cual él es un guerrero moteca. El placer del joven bonaerense de contemplar el paisaje extasiado y distraído, no le permite ver a la mujer que provoca su accidente y lo ingresa en estado inconsciente, al sueño. Ese placer se convierte en placer doloroso (goce), porque ha traspasado el límite del placer al ingresar a una realidad que está más allá (del otro lado de la realidad, el sueño) donde experimenta dolor, malestares, sufre corporalmente, e inconcientemente, pervive en ese dolor que le trae el goce, porque vuelve a continuar esa escena cada vez que se duerme. Lacan menciona como “el goce es sufrimiento” (Seminario 7, 184). Y es muy revelador que el protagonista al convencerse que su realidad es la del guerrero moteca, sea finalmente sacrificado y comprenda que no va a despertar más, o sea, ya no va a poder evadir el goce volviendo a la realidad del joven de Buenos Aires internado en hospital; “ahora sabía que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro”. Sueño maravilloso no tanto por lo absurdo de soñar un evento que no correspondía a su época, sino maravilloso en tanto en esa realidad supuestamente real, el placer estaba controlado porque jamás lo iba a satisfacer completamente, y es que a decir de Lacan, “la función del principio del placer es hacer que el hombre busque siempre lo que tiene que encontrar de nuevo, pero que nunca obtendrá” (Seminario 7, 68).
 
La histeria de nuestro personaje radica en que se impone una censura a su propio goce, en el acto de despertarse en los momento en que el goce se hace insostenible (desde el lado de la realidad, no desde el lado del sueño puesto que allí el goce encuentra, en el relato, un lugar para su realización, a través del sacrificio). Frente al peligro del goce, el histérico se resiste a gozar.
 
En otras palabras, el placer se acaba con el goce, al exceder la dosis de placer que el sujeto puede recibir, y se vuelve doloroso. El joven motociclista, niega su goce por un lado al resistirse al sueño; por otro lado persiste en el goce al continuar las escenas del sueño previas a su sacrificio. Es precisamente ese goce lo que crea el fantasma del histérico: para poder liberarlo de ese “exceso de placer”, lo despierta en la ciudad de Buenos Aires, justo en los momentos en que el dolor se hace insoportable, postergando el éxtasis del dolor hasta el momento del sacrificio; la angustia contenida por el fantasma provoca que el personaje entre en un conflicto de indefinición consigo mismo “¿En dónde estoy?”. El personaje persiste en su negativa a gozar despertando constantemente e inventando un fantasma protector que lo arrebata del goce, llevándolo a la realidad (la ciudad de Buenos Aires). Protegido del goce del sacrificio por el fantasma, experimenta síntomas de agotamiento, fiebre, tensión nerviosa, sed, etc., lo cual como mencioné anteriormente, refiere a su neurosis histérica, pero además, es histérico porque se mantiene en una constante insatisfacción inconciente: quiere gozar en el sueño, pero a la vez escapa del “sueño” a la “realidad”, evadiendo que es un moteca y creando el fantasma del joven en Buenos Aires, del despertar salvador del tipo “esto es la realidad”. El personaje necesita escapar del sueño a la realidad para evitar la locura, consecuencia de alcanzar el goce (en la situación del histérico), y volver reiteradamente al sueño para materializar su deseo en el goce.
 
La pérdida del universo simbólico del personaje se observa en la caída de la barrera que separaba el sueño de la ficción. Después de esa caída, ya nada es igual, ya no puede esperar un “más allá”, sólo entregarse al goce del sacrificio.
 
Finalmente, lo que podemos extraer del cuento de Cortázar es el hecho de que: a) la realidad no está aquí sino en otra parte, b) la realidad no es la realidad que percibimos sensorialmente, sino la que está intermediada por el fantasma que sostiene nuestro deseo, deseo de gozar y evadir el goce, c) al caer la barrera que nos separa de lo real (el verdadero despertar y comprensión del verdadero sueño), el sujeto queda en desamparo porque su fantasma ya no puede salvarlo del goce doloroso del sacrificio.
 
 
BIBLIOGRAFÍA
CORTÁZAR, Julio
2000       “La noche boca arriba”. En  Ceremonias. Barcelona: Editorial Seix Barral, p. 131.
 
DYLAN, Evans
1997       Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Buenos Aires: Paidós.
 
NASIO, Juan David
1991       El dolor de la histeria. Buenos Aires: Paidós.
 
VANIER, Alan
1999       Lacan. Madrid: Alianza Editorial.
 
ZIZEK, Slavoj
1999       “Los siete velos de la fantasía”. En El acoso de las fantasías. México DF: Siglo XXI.
 
2000       “Bienvenidos al desierto de lo real”. Trad. de Rodrigo Quijano. En Hueso húmero. Nº 36, jul., p.71 – 86.
 
2002       Mirando al sesgo. Una introducción a Lacan a través de la cultura popular. Buenos Aires: Paidós.
 
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