Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú / Universidad Nacional de Córdoba
1. Consideraciones preliminares
Historia de Mayta es una novela que admite múltiples lecturas, desde la descripción de la estructura formal o la técnica narrativa que sugiere la identidad del autor-narrador-personaje, los signos escriturales —el tiempo y espacio, la intercalación de diálogos, la autoconciencia narrativa, la ficcionalidad de la historia, la simultaneidad de épocas y personajes— hasta la distinción entre la ficción y la realidad y, asimismo, la interpretación política e ideológica acerca de las revoluciones en América Latina, sobre todo como una crítica a las ideologías revolucionarias de izquierda.
En esta novela, el narrador reconstruye la historia de Alejandro Mayta a partir de entrevistas hechas a personajes que lo conocieron y que podían dar testimonio de su personalidad para comprobar o rechazar lo que se sabía (que no era mucho) acerca de ese muchacho que intentó iniciar una revolución con un grupo de jóvenes en los andes peruanos. De hecho, las versiones acerca del fracaso de la revolución que promueve Mayta parecen muy confusas. Cada entrevistado elabora su propia historia y algunas se tocan tangencialmente, inclusive la del supuesto Mayta real, que en las instancias finales de la novela decide revelar datos al narrador —escritor y periodista—, quien, por su parte, desconfía también de la veracidad de las mismas. ¿Hasta dónde la visión del autor acerca del indio y de las revoluciones en América Latina pasa por un juego literario de mezclar la realidad con la ficción? El narrador de la novela manifiesta que ha inventado a un Mayta con testimonios tal vez también inventados por quienes lo conocieron. La literatura parece convertirse, así, en una gran mentira, en una ilusión de la historia que, por lo mismo, no está en condiciones de ser tomada como un documento fiel de la época ni como un registro veraz de hechos pasados dado que su esencia es, justamente, ficcionalizar la realidad. En este orden de ideas, debe decirse que todo hecho de la realidad, cuando es llevado a los dominios de la creación literaria, se transforma en un evento mimético, y, asimismo, dicha mímesis necesita de un lector que crea en lo que se le está contando mientras se compromete con el relato para validarlo. A propósito de la ficción y la realidad en la novela, el propio Vargas Llosa nos dirá, en La verdad de las mentiras, que “las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa— pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que mintiendo expresan una curiosa verdad que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es” (1996:6). Según el autor peruano, la novela no se puede abordar como un documento histórico ni como un acto testimonial de la realidad porque está llena de invenciones y su esencia es, insistamos, ficcionalizar la realidad.
El lenguaje no puede reflejar toda la realidad, sino que, más bien, es una herramienta que construye nuevas realidades, no solo ficcionales en el caso de la literatura, sino también ideológicas. Este es el enfoque que Vargas Llosa sostiene en su ensayo sobre la vida y obra José María Arguedas: la capacidad que tuvo el indigenismo para crear ficciones ideológicas, una de ellas, la esperanza de liberación para el indio por medio de una gran revolución (1996:15).
Para Birger Angvik, Historia de Mayta es una representación del escritor peruano y su trabajo profesional como novelista; además, de una ejemplificación de la teoría de la novela de Mario Vargas Llosa; también, de la visión apocalíptica de Lima y del Perú; así como de los personajes que construyen la historia de un revolucionario (1989:112). Incluyo en esta lista una apreciación personal: representa, además, el fracaso del proyecto revolucionario de la izquierda peruana y latinoamericana que propuso al indio como protagonista de una revolución socialista y como agente del cambio social en el Perú; y en consecuencia, también representa el fracaso del indigenismo como ideología política.
Esto es, precisamente, lo que a continuación demostraré en este capítulo. Para ello, en primer lugar, expondré visión que Vargas Llosa ha elaborado sobre el indigenismo; en segundo lugar, analizaré la condición marginal de Mayta; luego, el ideal revolucionario de la izquierda —tal como es planteado en la novela—; y finalmente, concluiré el análisis con una crítica a la noción de ideología en Vargas Llosa.
2. La visión vargasllosiana del indigenismo
Vargas Llosa considera al indigenismo socialmente improductivo y, más bien, retrógrado, arcaico, antimoderno ejemplo de un tipo de nacionalismo de connotación negativa[1]. En este ensayo, Mario Vargas Llosa trata tres grandes temas: la biografía de José María Arguedas, el análisis de su obra literaria y la evolución del indigenismo peruano. El objeto básico de estudio es el mundo andino y su capacidad de generar ficciones literarias e ideológicas. Vargas Llosa califica el modelo del indigenismo puro como “utópico” y “arcaico” porque la descripción del mundo incaico reconstruido por Valcárcel no es histórico, sino ideológico y mítico. Y es justamente este falseamiento de la historia lo que le imprime al indigenismo un rasgo utópico. Además, si dicho rasgo es calificado de “arcaico” es porque busca perpetuar una sociedad cerrada y tribal que rechaza los valores y propuestas del mundo moderno. Lo novedoso estaría, en todo caso, en el hecho de que Vargas Llosa hace notar que esta utopía indigenista es de origen occidental. Rastrea estos rasgos utópicos y arcaicos de la ficción indigenista desde el Inca Garcilaso de la Vega, pasando por Valcárcel y sus seguidores. Pero para que el indigenismo se convierta en ideología, es preciso que profundice y desentierre una cultura supuestamente viva. El error en el indigenismo puro (racial o sociocultural) radica en atribuirle al indio características que no le corresponden o al no considerarlo como un ser histórico, ignorando que 300 años de evangelización lo han cambiado. Lo arcaico de los valores indígenas está en el colectivismo que se opone a los valores modernos: individualismo, mercado, industria, comercio. La concepción utópica y tradicionalista del indigenismo o de cualquier esencialismo étnico, acentúa las diferencias socioculturales al definir arbitrariamente las oposiciones blanco-moderno vs. indio-arcaico, sin considerar que la realidad peruana está muy matizada por otros rasgos identitarios.. En La utopía arcaica (1996) expone su visión acerca del proceso del indigenismo[2]
En diversas entrevistas, Vargas Llosa ha expresado abiertamente su posición frente a las revueltas indígenas en América Latina, refiriéndose específicamente a lo que él llama “fenómeno del colectivismo” o a lo que suele llamar también “primitivismo” o “indigenismo”: “Es que el mundo primitivo es un mundo terriblemente oprimido, donde el ser humano está indefenso y tiene que recurrir a supersticiones y para tratar de entender lo que la falta de conocimiento le impide entender (…) yo estoy muy contento de vivir en una ciudad, me gusta más la ciudad que el campo”3]. (Sarango 2003).
Refiriéndose a los movimientos indígenas declaró en otra oportunidad: “Si queremos alcanzar el desarrollo, si queremos elegir la civilización y la moralidad, tenemos que combatir resueltamente esos brotes de colectivismo. Podemos derrotarlos con buenas ideas” (Sarango 2003). En su artículo “Nacionalismo y utopía”, menciona como manifestaciones del nacionalismo la conciencia de lo histórico, el fervor regional y el dogmatismo religioso. El indigenismo racial que exalta una etnia se inscribe como una forma de nacionalismo que, por extensión, también se opone a la internacionalización, a la liberación de fronteras, a la civilización industrial y a la cultura democrática. Vargas Llosa contrasta su opinión aclarando que no todo nacionalismo es malo en tanto “su defensa de lo particular, de las costumbres y las tradiciones locales, del derecho de cada pueblo a que se reconozca su idiosincrasia y se respete su identidad, tiene un signo positivo, nada racista ni discriminatorio […] y ella puede interpretarse como una muy humana y progresista reivindicación de las sociedades pequeñas y débiles frente a las poderosas” (1994: 53).
Por otro lado, defiende la pluralidad cultural, un mundo diverso donde coexistan todas las expresiones lingüísticas, folklóricas y étnicas de la humanidad:
La idea misma de nación es falaz, si se la concibe como una expresión de algo homogéneo y perenne, una totalidad humana en la que lengua, tradición, hábitos, maneras, creencias y valores compartidos configurarían una personalidad colectiva nítidamente diferenciada de las de otros pueblos. En este sentido no existen ni han existido nunca naciones en el mundo. Las que más se acercan a este quimérico modelo son, en verdad, sociedades arcaicas y algo bárbaras a las que el despotismo y el aislamiento han mantenido fuera de la modernidad y, casi, de la historia. (1994: 53).
Para Vargas Llosa, el nacionalismo desconoce la pluralidad cultural de la humanidad, lo diverso y variado, y pretende la hegemonía una cultura sobre otra. Esta exaltación de la conciencia histórica de los pueblos, del fervor regional, de las costumbres, de las tradiciones y de la lengua, ocultan el chauvinismo, la xenofobia, el racismo y el dogmatismo religioso.
Hasta aquí podemos concluir lo siguiente: Mario Vargas Llosa considera al indigenismo como una forma de nacionalismo cuya marca negativa está en su exaltación de lo regional, el colectivismo, la oposición al progreso y a la modernidad, y en su conservadurismo cultural, notable, a su parecer, en algunos escritores como Luis E. Valcárcel y José María Arguedas.
3. La condición marginal de Alejandro Mayta
Una vez explicado lo anterior, volvamos a la novela que ocupa nuestro análisis. Podemos dividir en tres los momentos cruciales que atraviesa el personaje Alejandro Mayta a lo largo de la novela: a) adoctrinamiento y militancia; b) acción revolucionaria; c) aislamiento y olvido. En cada uno de estos, Mayta es presentado como un ser marginal. Su levantamiento parece ser la consecuencia de la falta del sentido de realidad de su protagonista quien se pierde en el olvido y la marginalidad. El personaje pertenece a la facción trotskista del Partido Comunista, la cual es una minoría sin fuerza representativa dentro de las izquierdas en el Perú (su comité estaba compuesto por siete miembros) y que, de alguna manera, está reagrupándose en busca de notoriedad y de recuperar el tiempo perdido. Antes de eso, Mayta había sido ya militante del Partido Aprista, del cual sería separado por medidas disciplinarias, al formar un círculo de estudios marxistas al interior de las bases juveniles del APRA. No olvidemos que el primer acto de disidencia de Mayta fue alejarse de la religión católica. “Pero acaso la objeción más seria que hay que hacerle a la novela —y a su autor— es la forma en la que presenta a la izquierda marxista. Empezando por escoger a Mayta como centro de la obra, es decir a un militante trotskista, con todo lo que eso implica dado el carácter marginal y heterodoxo del trotskismo dentro del marxismo en general. (Urdanivia 1986:139).
Como puede observarse, toda acción emprendida por Mayta estuvo condenada al fracaso. La más desastrosa fue la intentona de revolución en Jauja, de la cual, a pesar de no aceptarlo, se deja entrever su desazón y su parcial aceptación, muchos años después (1984:32). Al solicitar la colaboración de sus opositores del POR (Partido Obrero Revolucionario) procurando limar asperezas en aras de un proyecto —ya no personal, ni siquiera partidario, sino nacional— no obtuvo respuesta alguna de sus líderes. En la mirada del narrador que construye a la historia de Mayta y de los entrevistados, este revolucionario es un ingenuo: sus compañeros le tomaban el pelo en el colegio; no tiene éxito con las mujeres, es el típico “quedado”; Moisés Barbi Leyva (ex – miembro del POR) daba por sentado el fracaso de su revolución; la esposa de Mayta dice que además de todo, él quisiera dar lugar en la revolución a los homosexuales.
Además de la exclusión ideológica es también un marginal por su homosexualidad, situación irreconciliable con los ideales dogmáticos de la revolución comunista. Recordemos que el matrimonio de Mayta (el creado por el narrador-periodista) fracasó porque se casó para disimular su homosexualidad. La vida de Mayta fue siempre la contradicción de un hombre marginal en su propia búsqueda: un cincuentón "maricón" que vio naufragar su matrimonio, su paternidad y su posibilidad como político al pertenecer a un grupo trotskista, dividido y subdividido varias veces. Mayta milita en un partido trotskista de siete miembros, escisión de otro partido trotskista de 20, pero antes lo ha hecho en el Partido Comunista y antes en el APRA, y de todos se ha marchado por su natural disposición a disentir y a dudar. A Mayta le gustaría ducharse todos los días pero en el cuarto que alquila no hay ducha y se tiene que conformar con ir a los baños públicos una vez cada tres días. Mayta es gordo y nadie diría de él que es atractivo, y también es homosexual —en una época en que ser homosexual estaba considerado, en Perú y en Latinoamérica, una desviación infame—; por lo tanto, Mayta oculta su homosexualidad, sobre todo a sus compañeros. Homosexualidad que no solo es incompatible con la ideología política que profesa, sino también con el imaginario andino, según lo esbozado por Luis E. Valcárcel en Tempestad en los andes, quien consideraba viril a la sierra y afeminada a la costa (1996:69). Esta tendencia machista y homofóbica del indigenismo purista de los años veinte, dominó buena parte del discurso oficial indigenista, frente al cual José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez guardaron prudente distancia.
Otro aspecto que acentúa su condición marginal son los rasgos físicos y el estrato socio-económico al que pertenece, que lo sitúa muy próximo a los “cholos” peruanos, siendo su caso, además, el de un intelectual de izquierda. A través de Mayta, el indio asimilado a la capital, también es un sujeto marginal en el mundo urbano, según la visión del narrador.
Lo fastidiábamos mucho por preocuparse de los pobres, por ayudar a decir misa, por rezar y santiguarse con tanta devoción, por lo malo que era jugando al fútbol, y, sobre todo, por llamarse Mayta […] Había entre nosotros más cholos que blancos, mulatos, zambitos, chinos, niseis, sacalaguas y montones de indios. Pero aunque muchos salesianos tenían la piel cobriza, los pómulos salientes, la nariz chata y el pelo trinche, el único nombre indio que yo recuerde era Mayta (1984:9)
El nombre del protagonista inicia un derrotero de exclusión étnica. “Mayta apellido quechua que se da entre la población de las comunidades indígenas o los indígenas de las clases populares marginadas y pobres” (Dávila 2000:8). Ello se evidencia cuando el narrador-personaje describe los rasgos físicos de Mayta: era el “único nombre indio” que recordaba entre una variopinta gama de individuos con aspecto físico indígena. De esta manera, el nombre viene a ser una etiqueta que brinda prestigio social, que atenúa la impresión de un aspecto físico no muy apreciado por la sociedad o que agrava la condición marginal. En la novela se aprecia que es posible parecer indígena físicamente, pero si se posee un apellido quechua, se refuerza más la discriminación, porque las diferencias se acentúan, o sea, el individuo diferente se hace más visible y son los marginales quienes se alzan en armas, fallidamente. “La función que cumplen estos personajes es la de mostrar la marginalización de los indígenas por parte de la élite limeña, la cual constituye un porcentaje mínimo de la población” (Dávila 2000:9).
Lo ideológico, lo sexual y lo racial son características de la condición marginal de Alejandro Mayta amplificadas por el efecto de la parodia. Mayta se dejó llevar por el sueño de tomarse el poder a partir de una aventura marginal, desde la casi inexistente población de Jauja, con el apoyo de un grupo de adolescentes, lo cual convierte su alzamiento en una parodia de revolución rayana en lo caricaturesco. Birger Angvik (1989:114-117) sostiene que Historia de Mayta es una novela paródica y satírica, donde el narrador exagera la presentación de Lima (visión apocalíptica que anuncia el inminente triunfo de los terroristas). El escritor que busca reconstruir la historia de Mayta quiere terminar su historia antes que se consume la revolución. También percibe una parodia extremista de algunas obras que tocaron el tema de lo urbano-marginal: Lima, la horrible, de Salazar Bondy; Lima, hora cero, de Enrique Congrains o de los cuentos de Ribeyro.
Siguiendo su aproximación, afirma que el narrador de Historia de Mayta ridiculiza los siguientes aspectos: a) la visión marginal y decadente que se ha tenido de la ciudad de Lima, llevándola al extremo, b) a la novela testimonial y a la novela comprometida: todos los informes son mentiras, c) la novela de compromiso ideológico: la revolución conducida por Mayta fracasa; por otro lado los antiguos revolucionarios son hipócritas, d) la figura del héroe: Mayta se degrada, es homosexual y fracasado. Análogamente a Don Quijote, Mayta se fanatiza con las lecturas de teoría marxista, y e) la figura del escritor y de la novela como representaciones de la realidad (autoparodia)[4].
Angvik refuerza su idea de la parodia citando el caso de La tía Julia y el escribidor: Vargas Llosa se parodia a sí mismo en el personaje de Pedro Camacho, en quien se ridiculiza al escritor profesional en relación “con el novelista, su ‘oficio’, sus ‘obsesiones’, su ‘dedicación’ total a una presencia que le exige todo: la literatura” (1989: 117). Vargas Llosa se autoparodia en el narrador-personaje de Historia de Mayta quien fracasa en su proyecto periodístico, que está obsesionado por terminar la historia y que es minucioso en la recolección de datos y testimonios. Nuevamente aquí, Vargas Llosa ratifica su teoría de la novela en el hecho de que no se puede reflejar la realidad en la literatura, y que esta constituye un oficio profesional excluyente de cualquier otra actividad. Idea similar es la que se desarrolla en La tía Julia y el escribidor a través de Pedro Camacho: “Pedro Camacho insists that his fictions are true, objective depictions of reality” (Kristal 1998:95). Camacho es admirado por Varguitas debido a la pasión y entrega que aquel tiene por la escritura; en este sentido, el escribidor de radionovelas es una imagen paródica del escritor que, dentro de la teoría vargallosiana de la novela, tiene a la literatura como un oficio excluyente.
Los cuestionamientos que pueden plantearse si aceptamos como válida la hipótesis de la autoparodia son, por un lado, que si no se puede reflejar la realidad ¿por qué esforzarse en recolectar datos de la misma durante el proceso de creación?[5] ¿no es acaso para que la historia se aproxime lo más posible a los hechos? Personalmente creo que no, porque se recurre a información de la realidad para confeccionar una historia verosímil, mas no verdadera; y con fines estético-literarios, textuales, de estructura, no de referencialidad. Por otro lado, ¿que se autoparodie quiere decir que no cree en lo que afirma en sus ensayos (donde el escritor es el yo-autor Vargas Llosa)?, ¿es una forma sarcástica de decir “esto no es cierto”? Tampoco lo creo así. Paradójicamente, se autoparodia para ratificar su teoría de la novela: la literatura no está hecha para reflejar la realidad.
En resumidas cuentas, la relación entre marginalidad y parodia en Historia de Mayta se evidencia cuando lo serio de una revolución adquiere un tono burlesco e irónico al otorgar un rol protagónico al sujeto de burla.
3. El ideal revolucionario y el fanatismo político de Alejandro Mayta
En Historia de Mayta, Vargas Llosa desvirtúa la tesis indigenista de la participación protagónica del indio en la revolución socialista. Reiteradamente en sus novelas, utiliza el discurso literario con una doble finalidad: para ilustrar su particular teoría de la novela y para criticar a las ideologías totalitarias. Desde La guerra del fin del mundo (1981), pasando por Historia de Mayta (1984), El hablador (1987), Lituma en los andes (1993) —novelas que se pueden considerar como una tetralogía sobre el fanatismo— e incluso El paraíso en la otra esquina (2003), ha venido utilizando personajes-tipo que funcionan como modelos de lo que sucede cuando lo ideológico amenaza la libertad y nubla la razón. Antonio Consejero ve en la naciente república brasileña la encarnación misma del demonio; Alejandro Mayta dedica su vida a armar una revolución y fracasa en repetidas oportunidades; Saúl Zuratas abandona las aulas universitarias y la antropología —obsesionado por los machiguengas se transforma en uno de sus “habladores”—; Flora Tristán y Paul Gaughin luchan por utopías particulares y cada vez más lejanas de concretar: la emancipación de la mujer y su inclusión en un proyecto revolucionario y la recuperación del “paraíso primitivo”, respectivamente. Todos ellos son personajes que en cada una de sus respectivas novelas están consagrados a un ideal fanático6] irrealizable que termina por conducirlos al fracaso. Lo peculiar de Mayta es que no se le concede la posibilidad de un proyecto “serio”, sino que se le ridiculiza y parodia; y si la obsesión por la revolución armada es un signo de fanatismo ideológico en él, Mayta es un fanático muy sui géneris porque para él la revolución está por encima de ideologías particulares; es por ello que busca conciliar el aprismo con el comunismo e integrar a las diversas facciones de la izquierda peruana. El compromiso ideológico con la revolución no le impide ejercer una crítica severa contra los partidos o líderes que priorizan una agenda partidaria por encima del objetivo mayor que sería la revolución en el ande. En consecuencia, no le quedó más opción que la disidencia constante.
A propósito de esto, hallo una actitud similar entre Alejandro Mayta y Gabriel, personaje de El Sexto de José María Arguedas, respecto a la ideología y a la práctica política. En la novela carcelaria de Arguedas, el APRA y la izquierda pugnan por liderar la revolución en la sociedad libre; en la cárcel, Gabriel, testigo presencial de las pugnas entre apristas y comunistas, es neutral y desconfía de ambos, lo cual lo convierte en un marginal: no se reconoce en ninguna de las dos ideologías. Mayta sí se embarcó en varios proyectos revolucionarios pero su constante decepción de unos y otros lo convierte en un disidente, un marginal distinto a Gabriel porque Mayta ha sido excluido del APRA y de la izquierda “oficial” y de esta última, hacia una minúscula facción trotskista. Gabriel y Mayta pertenecen a grupos minoritarios dentro del colectivo (los escépticos: Gabriel; los integristas, convencidos y militantes honestos: Mayta). Los une la decepción por las ideologías (decepción escéptica para Gabriel, antes de participar; decepción militante para Mayta, luego de participar). Mayta va más allá que Gabriel en el nivel ideológico porque su cuestionamiento político lo mueve a la acción y es allí donde fracasa: en la práctica. A su vez, Gabriel no es un ideólogo político, él triunfa en la práctica: ayuda a los desprotegidos y lucha por sus derechos. Para Gabriel, el humanismo debiera estar por encima de la ideología política. El paralelo vital entre ambos personajes tiende a cruzarse en el nivel de la práctica política: tanto para Gabriel como para Mayta, la acción es más importante que el discurso. En resumen, el fracaso de uno es el éxito del otro, pero en ambos hay el sustrato del compromiso con la acción. Comprobamos esto último en la novela, al momento en que el ideal revolucionario de la izquierda propone al indio como artífice del cambio en el Perú; así, la revolución tendría que surgir en los Andes: “Cuando los indios se alcen, el Perú será un volcán” (1984:17), dice el exacerbado alférez Vallejos a Mayta, quien luego de esa entrevista comprende que la revolución es una cuestión de hechos, no de ideas:
Es fácil si conoces la topografía de la sierra, si sabes disparar un máuser y si los indios se alzan. —Si los indios se alzan —suspiró Mayta— Tan fácil como sacarse la lotería o el pollón […] le explicaba (a Mayta) que cincuenta hombres decididos y bien armados, empleando la táctica de las montoneras de Cáceres, podían encender la mecha del polvorín que eran los Andes. (1984:21)
Efraín Kristal considera que Historia de Mayta la primera novela de Vargas Llosa acerca del activismo revolucionario. (1998:140). Birger Angvik, respecto a la interpretación que el narrador de la novela tiene sobre los procesos revolucionarios, afirma que se trata de un sujeto que establece el lugar de donde proviene la amenaza contra el orden y la civilización. De este modo, la consideración de que la amenaza viene de la otredad se basa en la apropiación unilateral del sentido común (2004: 216). En consecuencia, el fanatismo, la violencia, lo subversivo, el caos, la barbarie y el terror solo se conciben como una propiedad de los sujetos que amenazan el sistema, es decir, los otros y, en contraste, los que defienden el sistema democrático, en este caso, consideran que este es el modelo establecido como normal. La naturalización de un estado de cosas es asumida como una condición conveniente y deseable en sí misma para quienes forman parte del sistema democrático.
Esta es una actitud muy característica de los discursos ideológicos. Las ideologías determinan las prácticas sociales de los sujetos, porque estos actúan o esperan actuar según las demandas que exige determinado discurso ideológico. Pero lo característico en la construcción del narrador de Historia de Mayta es que Vargas Llosa pretende disfrazar lo ideológico como no ideológico. Las ideologías polarizan a los sujetos en dicotomías del tipo nosotros y ellos; a ello se agrega que fundamentan sus actitudes en un cierto número de principios (Van Dijk 1996:18). Podríamos esbozar algunos de los principios rectores del narrador de la novela en los siguientes enunciados: “las revoluciones conducen a la barbarie”; “el fanatismo político deriva en violencia irracional y terror”. Quien señala que lo ideológico es una cualidad del discurso del otro y no sustenta el porqué el discurso propio no lo sería, posiblemente, pretende validar su postura fundamentándose en el sentido común, en lo que aparentemente es aceptado por todos los individuos y que por ello no necesitaría de mayor evidencia. En el caso de nuestra novela, para el narrador los signos de violencia terrorista que observa mientras se halla en Lima preparando el reportaje sobre Alejandro Mayta son un resultado obvio e inobjetable de las intentonas de alzamiento que ocurrieron en el pasado. La responsabilidad por la espiral de violencia armada que experimenta el país “recae en quienes se rebelaron contra un sistema injusto y degradante, mientras que los instauradores y beneficiarios de ese orden o no tienen la culpa o la tienen muy indirectamente” (Cornejo 2001:257:258). Son los otros, nuevamente, los que cargan el pasivo de la culpa.
Es así que se descalifica, hasta el ridículo, el alzamiento de Mayta y de sus compañeros. En realidad, es una ridiculización del ideal revolucionario de la izquierda peruana y latinoamericana de los años 60 y una muestra de lo absurdo e irracional, lo cual colinda con lo patético que puede resultar el fanatismo político. Van Dijk nos dice que las ideologías se construyen sobre categorías definitorias de un grupo. Una de ellas es la identidad o membresía (1996:19). Esto explica cómo a los miembros de un grupo que defiende valores adversos al del propio grupo se le puede sindicar como una amenaza para la libertad o como una alternativa poco seria, de manera que la opinión pública se convence fehacientemente de que así es. En Historia de Mayta, la izquierda es demolida por exceso (violencia, fanatismo, barbarie, fragmentación) y por defecto (fracaso, irracionalidad, patetismo).
La novela en cuestión es una novela política no en el sentido de la denuncia de la opresión del hombre contra el hombre, sino como una exploración del clima social y de las mentalidades individuales dispuestas a todo por concretar sus ideales, en este caso, revolucionarios. De esta manera, Vargas Llosa explora las emociones que suscita el fanatismo en las mentes revolucionarias; es decir, el fervor, la pasión y el clima sociopolítico que ello genera. (Kristal 1998:142).
El revolucionario Mayta es inspirador de la trama de una hipotética novela que es para el narrador-personaje de la historia concebida dentro de una teoría de la novela muy peculiar: aquella que ilustra la idea, hasta el extremo, de la subversión de la realidad. La persistencia de Mayta en ejecutar la revolución (el ideal revolucionario), incluso es sus momentos más decadentes, es análoga a la obsesión que Vargas Llosa demanda del novelista. Así como Mayta, el novelista es (el buen novelista debería serlo) un “revolucionario” empedernido, un subversor de la realidad, un fanático por y de la creación novelesca. Que la situación sociopolítica en la que se encuentra inmerso el Perú dentro de la novela contenga ribetes apocalípticos, no es algo casual: Vargas Llosa también sostiene una teoría apocalíptica de la novela:
el esplendor de una literatura no es un hecho independientes de los procesos sociales del momento y del lugar en que ella se produce; es, más bien, la faz positiva de una situación negativa, el incontrolable signo de vida que presagia una crisis histórica inminente (…) De esta manera, la simple presencia de una novela cultivada con gran arte y concebida con la máxima amplitud representativa, es, no importa qué tema trate o qué estilo prefiera, un hecho revolucionario, porque está gestionando, acumulando pruebas para provocar la caída de un mundo pronto a desaparecer (Oviedo 1982:71).
Lo expresado por Oviedo podría corroborarse en algunas novelas de Vargas Llosa a la cuales les podríamos otorgar la cualidad de anunciadoras del derrumbe de un particular sistema de ideas o su eventual ratificación. En La guerra del fin del mundo, colocó a las utopías revolucionarias y al fanatismo religioso como posibles enemigos de la modernidad y incluso se advierte de la barbarie en que pueden derivar las mentalidades supuestamente muy civilizadas. En Historia de Mayta, siguiendo lo expuesto por Oviedo, se nos advierte acerca del fanatismo político y de cómo, a partir de un intento fallido, posteriormente las huestes revolucionarias se encuentran próximas, al parecer, a tomar el poder.
En seguida, profundizaremos la noción de ideología en relación al discurso vargasllosiano.
4. La noción de ideología en Vargas Llosa. ¿Es posible un discurso literario desideologizado?
Dentro del análisis crítico del discurso (ACD), en la línea seguida por Teun Van Dijk, ideología se define como un sistema organizado de ideas representativo de un grupo social, el cual, a través del discurso y amparado en un soporte institucional, tiene como objetivos simultáneos su reproducción y el llamado a la acción hacia sus miembros. Teun Van Dijk otorga singular importancia al rol que desempeña la ideología dentro del discurso y la interacción social. Desde su perspectiva, la ideología subyacente al discurso tiene una doble función: persuadir y llamar a la acción. Es por ello que, dentro del ACD, el análisis ideológico del discurso ocupa un lugar importante. Van Dijk establece que las ideologías son formas de conocimiento, es decir, sistemas cognitivos, y también sistemas sociales: cognitivos porque sirven para interpretar el conocimiento que se posee de la realidad, la producción de discursos, la interpretación de hechos y la ejecución de acciones; sociales porque son compartidos por los miembros de un grupo de interés, cuya conducta se ajusta a lo previsto por la ideología. Sucintamente, desde la perspectiva del ACD en la orientación de Van Dijk, las ideologías se definen como la base de las representaciones sociales compartidas por los miembros de un grupo (Van Dijk 1999:21). La ideología implícita dentro de un discurso cobra sentido cuando se esparce y cuando se traduce en acciones, es decir, que se convierten en un marco de interpretación para regular las prácticas y las relaciones sociales entre grupos.
Asimismo, Van Dijk señala que es frecuente descalificar las opiniones que son adversas a la propia tipificándolas como ideológicas; esto quiere decir como “un sistema de creencias erróneas, falsas, distorsionadas o mal encaminadas”, vinculadas con nuestros opositores pero, de ninguna manera, con el discurso propio (Van Dijk 1999:14), el cual se asume como depurado o descontaminado de ideología y, en consecuencia, pretende presentarse como más objetivo, neutral, práctico, menos denso, más realista. Esta recepción del concepto de ideología la considera intrínsecamente negativa y le otorga una connotación peyorativa al discurso calificado como ideológico. “Sobre la base de algunas de estas definiciones nadie afirmaría que su pensamiento es ideológico […] La ideología […] es en este sentido lo que tiene la otra persona” (Eagleton 1997:20). Esta es la connotación que Vargas Llosa posee de ideología cuando se refiere a doctrinas políticas opuestas al liberalismo, al cual no considera como un cuerpo doctrinario no ideológico. Además, suele utilizar el término ideología para descalificar a sus eventuales adversarios intelectuales. Desde su perspectiva, el colectivismo, el nacionalismo, el indigenismo y los integrismos religiosos son ideologías que deben ser combatidas, precisamente, con buenas ideas. Esta adjetivación no debería pasar desapercibida, pues, siguiendo lo expuesto anteriormente, combatir una ideología con buenas ideas es más que exigir “argumentos sólidos” para el debate: es una forma de afirmar que un discurso ideologizado, desde el punto de vista de quien lo valora de esa manera, posee malas ideas, distorsionadas, falsas, engañosas o ilusorias.
Si se interpreta la novela como un intento de desestimación o crítica al proyecto revolucionario de la izquierda latinoamericana, Vargas Llosa cae en “una peligrosa identidad entre violencia y revolución” ya que “violencia revolucionaria no es lo mismo que crimen, y oponerse al terrorismo como arma política no quiere decir negar la posibilidad de una revolución” (Urdanivia 1986:136). Lo ideológico es percibido por Vargas Llosa como un peligro que conduce casi inevitablemente al fanatismo y a la violencia. En su teoría de la novela, sostiene que una buena obra de arte está libre de ideología y es por ello que reclama una total independencia del artista frente a cualquier ideología para que no comprometa su creación. Su único compromiso —afirma— debe ser con la obra y sus “demonios” personales (Angvik 1989:30).
Un segundo motivo por el cual Vargas Llosa exige la independencia ideológica del artista es la consideración de que la ideología atenta contra la libertad individual. Creación literaria e ideología las diferencia enfatizando que la primera socava “las bases mismas de toda fe” y pone “a prueba (lo que equivale a relativizar) todo conocimiento racionalista del mundo” (1996:23). De esta manera, la literatura cuestiona la realidad no con argumentos político-ideológicos —error de muchos escritores que traicionan su pluma por una ideología, desapareciendo ellos mismos al arte y a la ficción— sino con la misma ficción que altera y “corrige” la realidad; explicando las motivaciones de los personajes para cambiar el curso de sus vidas; y dando una imagen totalizadora del mundo (Williams 2003:54). Las ideologías, en cambio, son sistemas cerrados que imponen perspectivas sobre la realidad impidiendo su reformulación. Tal como Vargas Llosa lo define, lo ideológico anula la libertad de creación. “La insumisión congénita a la literatura desborda la misión de combatir a los gobiernos y las estructuras sociales: ella irrumpe contra todo dogma y exclusivismo lógico en la interpretación de la vida, es decir, las ortodoxias y heterodoxias ideológicas por igual”. (1996:23)
La posibilidad de un sujeto o discurso desideologizado es insostenible porque toda forma de discurso se construye dentro y a partir de presupuestos ideológicos que lo articulan y sostienen, y que preexisten al sujeto que los enuncia; además, porque todo discurso al insertarse en la cultura no puede evitar su carácter dialógico con otros discursos a partir de los cuales se ha construido. La noción de texto planteada por Roland Barthes ilustra muy bien la inviabilidad de un discurso desideologizado, cuando afirma que un texto es a la vez muchos textos (1987:75). Análogamente, un discurso es a la vez muchos discursos y ese entramado da cuenta de una complejidad de relaciones que imposibilita el aislamiento ideológico. Ángel Rama sostiene que la novela es un arma que introduce “en el vasto conjunto de los discursos intelectuales, una interpretación persuasiva que los oriente” e incluye a La guerra del fin del mundo en esta categoría de novela que transmite una ideología (1982:614), lo que podemos hacer extensivo a Historia de Mayta, partiendo de la premisa que ambas novelas forman parte de un corpus sobre el fanatismo y la crítica a las ideologías contemporáneas que amenazan la cultura de la libertad: nacionalismo, integrismos religiosos y el retorno del autoritarismo en América Latina (Vargas Llosa 1994:9). Interpretar una novela simplemente recurriendo a moldes estéticos evade la responsabilidad de afrontar la obra literaria como un discurso cargado de intenciones que motivan una acción en el mundo real. En síntesis, la ideología se concreta a través del discurso y es inseparable de él.
El problema en asegurar la posibilidad de un sujeto desideologizado es que esto supondría la existencia de un sujeto privilegiado por poseer un discurso independiente de otros discursos generados en la cultura que lo rodea; segundo, que tal privilegio investiría al sujeto que lo enuncia de una autoridad suficiente para poder descalificar a otros discursos, desestimándolos por estar “ideologizados”, bajo el supuesto de un discurso “no ideológico”, lo cual puede dar lugar al desarrollo de un superdiscurso totalizante, basado en el lugar que ocupa el sujeto que lo enuncia, situación muy próxima al fundamentalismo del pensamiento único que Vargas Llosa, precisamente, se empeña en combatir ideológicamente. De esta manera, en la particular concepción de Vargas Llosa, lo ideológico adquiere una connotación negativa.
La relación entre la ideología y sus resultados concretos en la realidad también nos brinda una señal de cómo nuestro autor concibe lo ideológico. “La opinión negativa de Vargas Llosa, puesta de manifiesto en la descripción que hace de la realidad social de su propio país, tiene un evidente valor crítico”. A Vargas Llosa no le gustaría ser confundido con aquellos escritores que convierten la literatura en un instrumento ideológico. No obstante, “sus novelas pueden interpretarse como una crítica social, más que como la expresión de una idea del hombre que excluyera la posibilidad del cambio” (Filer 1983:160). Es decir, en lugar de adherirse, defender o divulgar un sistema de ideas que plantee una solución integral a las cuestiones humanas, ya sea a través del ensayo o de la novela, Vargas Llosa prefiere ejercer la crítica constante de las ideas imperantes. “El es uno de los escritores en quien la relación ideológica y texto se puede determinar con bastante precisión, pues no tiene reparo en poner de manifiesto su forma de pensar y porque ella se trasluce en su obra” (Omaña 1987:154).
Pero la percepción peyorativa de lo ideológico también la hallamos en los efectos de la ideología en el ser humano y en la realidad, tal como lo expone el autor en sus obras. Primero, lo ideológico conduce al individuo a la militancia extremista y a la fe ciega en un credo político (Historia de Mayta, Lituma en los andes, El paraíso en la otra esquina), religioso (La guerra del fin del mundo) o cultural (El hablador, El paraíso en la otra esquina), las cuales nublan su racionalidad y, al mismo tiempo, anulan su individualidad porque se inserta dentro del colectivo y claudica su voluntad personal ante las necesidades del grupo. Segundo, y como resultado de lo anterior, el individuo se deteriora en niveles extremos, tanto física, psicológica y socialmente. Esta degradación tiene su correlato en la incapacidad para retornar a un estado inicial —es decir, no hay vuelta atrás una vez que la ideología ha capturado la conciencia individual— y para establecer relaciones con sus semejantes e integrarse a la sociedad de manera óptima. La descripción de Antonio Consejero es la de un hombre “alto y tan flaco que parecía de perfil” con su “piel oscura, sus huesos prominentes y sus ojos que ardían con fuego perpetuo” (Vargas Llosa 2001b:11); en El paraíso en la otra esquina, Flora Tristán no llegó a consolidar una relación amorosa estable por entregarse de lleno a la causa de la emancipación de la mujer y la justicia social, y su nieto, Paul Gaughin, acabó enfermo de sífilis y padeciendo los tormentosos dolores de la enfermedad hacia el final de denodada búsqueda del paraíso; Saúl Zuratas, apodado Mascarita en el El hablador, se vuelve cada vez más intolerante con la cultura occidental a medida que va abrazando la cultura machiguenga, al punto que llega a renegar de la investigación académica en la Amazonía, a pesar que el procedía de los claustros sanmarquinos. Cabe resaltar que los individuos ganados por la ideología, en este caso marxista-leninista-maoísta, no son muy agraciados físicamente y en algunos casos poseen rasgos estéticamente desagradables. Tanto Alejandro Mayta como Saúl Zuratas no son atractivos físicamente, por lo cual no tienen éxito con las mujeres; Zuratas tiene un lunar que le cubre gran parte del rostro y que le da una apariencia grotesca, motivo por el que lo llaman “Mascarita”.Y en la novela que es motivo de nuestro análisis, Alejandro Mayta¸ no logra superar su marginalidad (pobre, de rasgos indígenas, disidente marxista, trostkista y, además, homosexual), lo cual se infiere es producto de su terco empeño por liderar una revolución en la que el indio sea el protagonista y que, a partir de ese momento, se resuelvan la injusticia social y, sobre todo, su situación de marginalidad. En tal sentido, la ansiada revolución que Mayta desea concretar no tendría otro objetivo más que mejorar su situación de vida, o sea, superar la marginalidad, lo cual puede ser interpretado como una metáfora de las luchas revolucionarias que, en el fondo, no serían más que la búsqueda de realización de las aspiraciones personales de un individuo desposeído y marginal, pero que, eventualmente y por el poderoso influjo de la ideología, puede ganar adeptos que lleven ese ideal individual al extremo de una barbarie sin precedentes como la ejecutada por los terroristas que asolan la ciudad de Lima, muchos años después del intento frustrado de Mayta.
La ideología también tiene efectos nocivos en la realidad material. El fanatismo es el primer efecto, el síntoma que indica el peligroso avance de la ideología. En La guerra del fin del mundo Canudos es devastado por un enorme contingente de soldados enviados por la República para acabar con el levantamiento de los fanáticos religiosos liderados por Antonio Consejero. Estos iniciaron la barbarie cometiendo atrocidades incluso con sus semejantes y con todo aquel que se opusiera a la palabra de su líder espiritual y generaron una respuesta mucho más cruenta. Destrucción, muerte, barbarie, miseria, atraso, entre otros, son las consecuencias del fanatismo ideológico, el cual destruye todo cuanto está a su paso. En Historia de Mayta, ocurre algo similar. El narrador nos presenta una ciudad “fea”, desagradable a la vista de un sujeto habituado a vivir en el extranjero y que luego de salir a trotar una mañana por los alrededores de sus casas, se mortifica por cómo luce la ciudad, incluso en sus barrios más lujosos. Y aunque no hay una mención explícita acerca de que esto sea producto del accionar político-ideológico de los terroristas levantados en armas, se proyecta la sensación de que una ciudad con barriadas, basurales y hedor, perros callejeros, mendigos y miseria por doquier ha tenido que estar capturada por una forma de ver la realidad que la degrada y que, a su vez, atrae ideas semejantes. Ello tiene relación con Mayta, quien, como ya se mencionó, no es muy agraciado físicamente. Vemos que las cualidades de un ambiente decadente se corresponden con el aspecto físico de los personajes que habitan en las barriadas que rodean la ciudad: ciudad fea, entonces, personas feas.
El feísmo de Lima bien puede ser interpretado como un efecto de la ideología en la realidad. A la llegada del narrador que nos va a elaborar la historia de Alejandro Mayta, el panorama político social en el Perú es desolador. Se nos plantea una visión apocalíptica de Lima —los terroristas se encontrarían próximos a tomar la ciudad— y la posibilidad de que fuerzas armadas multinacionales intervengan si se da el caso. “Es válida la manera en que el escritor, por medio del narrador-personaje en Historia de Mayta, nos da como apertura y trasfondo la descripción del feísmo de Lima para dar su punto de vista sobre los que es el Perú, aunque bello por su riqueza y situación geográfica, degradado por la aglomeración de basurales” (Dávila 2000:7). Lo feo, encarnado en la miseria, como la ideología en las mentes de los insurrectos, está visualmente presente en más lugares, hasta en los más exclusivos, lo cual mortifica al narrador personaje.
Son feas estas casas, imitaciones de imitaciones, a las que el miedo asfixia de rejas, muros, sirenas y reflectores […] Son feas estas basuras que se acumulan detrás del bordillo del Malecón y se desparraman por el acantilado […] Por eso se han resignado a los gallinazos, las cucarachas, los ratones y la hediondez de estos basurales que he visto nacer, crecer, mientras corría en las mañanas, visión puntual de perros vagos escarbando los muladares entre nubes de moscas. (Vargas Llosa 1984:7-8)
Observar la naturaleza es placentero, en contraste con lo creado por el hombre que es desagradable (Vargas Llosa 1984:7). Es aquí donde podemos insertar lo ideológico, en tanto creación humana, como un elemento que afea el paisaje natural. Y aunque no hay una sola alusión a ideas políticas, durante el desarrollo de la trama se confirma que la ideología marxista llevada a la práctica mediante la revolución, transforma la realidad y también se verifica que hay una correspondencia entre la apariencia desagradable de la ciudad y la crisis político-social provocada por los terroristas. “En esta Lima marginal antes había sobre todo pobreza. Ahora hay, también, sangre y terror.” (Vargas Llosa 1984:61).
Otro punto de entrada para la comprensión de lo ideológico en Historia de Mayta lo aporta Rita de Grandis, quien considera que esta novela se halla enmarcada dentro de la novela testimonial característica del post boom. Partiendo de esta premisa, sostiene que se trata de una novela histórico-didáctica, es decir, un tipo de relato que evidencia “la coexistencia en un mismo universo diegético de acontecimientos y personajes históricos y de acontecimientos y personajes inventados y que pretende ofrecer una interpretación persuasiva de los elementos históricos tratados”. (1993:377) (la cursiva es mía). Añade que la función principal de este tipo de novela es la de persuadir al lector. Desde su perspectiva, en esta novela se quiere persuadir al lector de que
a) la izquierda ha sido desastrosa para el Perú. Evidencias de ello las encontramos en la biografía de Mayta, quien arruinó su vida personal en búsqueda de la realización de un ideal revolucionario.
b) Y que la violencia es indisociable de las revoluciones. (1993:377-378)
La consideración de Historia de Mayta como una novela histórico-didáctica nos sirve para explicar cómo las estructuras y las categorías formales de la novela no están exentas de alguna carga ideológica, puesto que se sirven a un propósito como es el de ilustrar una particular forma de ver la realidad. Esta es la postura asumida por Joseph Sommers cuando examinó las relaciones entre lo ideológico y lo literario en La ciudad y los perros y Pantaleón y las visitadoras, novelas en las que se planteó la búsqueda evidencias “de una concepción ideológica en los textos literarios teniendo en cuenta su específica disposición formal” y determinar cómo “los procesos de la historia literaria, inciden en las relaciones entre la forma literaria y la ideología” (Sommers 1975:87)
En el caso de nuestra novela, ello se demuestra mediante el notable despliegue de las técnicas narrativas por parte de Vargas Llosa, quien, recurrentemente, les otorga un rol fundamental en todas sus novelas. Por esta razón, el dominio de dichos recursos formales y la denodada preocupación por la estructuración de las historias narradas no son simplemente artificios que deban valorarse en virtud de su variedad, abundancia o destreza técnica, sino sobre todo por la huella ideológica que manifiestan estos recursos formales. En la “interpretación persuasiva de los elementos históricos tratados”, señalados por Rita De Grandis, se encuentra el componente ideológico de las novelas de Mario Vargas Llosa, particularmente, en Historia de Mayta.
La aproximación de De Grandis resulta muy útil para demostrar por qué no es posible considerar las novelas de Vargas Llosa como discursos literarios desideologizados, como el propio autor lo afirma, ya que, de acuerdo a uno de los objetivos de la presente investigación, es posible definir las novelas seleccionadas en nuestro corpus como tesis ideológicas noveladas, categoría que es también extensible a otras novelas de Vargas Llosa. Una tesis ideológica novelada (TIN) viene a ser un discurso ideológico que, a pesar de que se inscribe dentro del registro de la ficción, esta no impide reconocer que en dicho discurso existe una intención por demostrar la validez de una afirmación determinada o defender una particular cosmovisión7]. El grado de visibilidad de lo ideológico es variable, desde lo más evidente hasta lo más sutil. Sin embargo, siempre será posible reconocer en ellas, además del desarrollo de una proposición, un efecto propagandístico que amplifica la repercusión de las ideas vertidas en la novela.
Al respecto, De Grandis señala que la “novela histórico-didáctica está formada por proposiciones más o menos explícitas y por ejemplo que corroboran dichas aserciones cuya función principal es la de persuadir al lector”. (1993:377). Esto significa que en la intención formativa de la novela histórico-didáctica, siguiendo el análisis de De Grandis, hay un componente de tipo ético-moral que se exhibe como deseable frente a otros modelos que, por oposición, lucen como indeseables. Dicho componente de carácter ético-moral sirve para trazar una línea entre las conductas aceptables e inaceptables, civilizadas y bárbaras, modernas y primitivas, democráticas y totalitarias. De acuerdo a esto, una novela como Historia de Mayta pretende formar un tipo especial de mentalidad o actitud frente a la posibilidad de que el indio se integre a una revolución armada solventada por partidos de izquierda y frente a toda revolución que recurra a la violencia para transformar las relaciones sociales hegemónicas imperantes: la conclusión es de esta tesis ideológica novelada es que la incorporación del indio a una plataforma política de izquierda deviene en fracaso y que la violencia revolucionaria arrastra a una sociedad hacia la barbarie.
Las ideologías siempre pretenden orientar, enseñar y formar mentalidades disciplinadas en el seguimiento de ciertas creencias. Para lograr este objetivo, se revisten de prestigio y, por ello, son asumidas como necesarias, indispensables o muy importantes para el sujeto que actúa bajo el influjo de la ideología, entre otras razones, porque ello le permitirá diferenciarse de otros grupos que no compartan su creencia. La tesis ideológica novela en Historia de Mayta se vale de recursos formales, como el dominio de ciertas técnicas narrativas, para su desarrollo. En este punto, coincido con Antonio Cornejo Polar, quien afirmaba que el dominio de los recursos formales de la novela no es un mero despliegue de habilidad técnica sino la evidencia de un uso deliberado de dichas formas al servicio de una idea.
El análisis de la voz del narrador nos brinda algunas luces sobre este asunto. Constantemente, el narrador personaje de Historia de Mayta interviene en la historia para enmendar las suposiciones que el lector espontáneamente va construyendo a lo largo del relato. Este narrador personaje guarda una extrema similitud con el autor real, por lo cual induce al lector a jugar con la ambigüedad de la voz que cuenta la historia. Interviene e interrumpe para opinar y no solo para informar e incluso para sorprender al lector con una gran mentira: que deliberadamente tergiversó los testimonios sobre Alejandro Mayta con el objetivo de diseñar un personaje más atractivo para su historia.
—Porque soy realista, en mis novelas trato siempre de mentir con conocimiento de causa. Es mi método de trabajo. Y, creo, la única manera de escribir historias a partir de la historia con mayúsculas (p.77)
—Esa investigación, esas entrevistas, no eran para contar lo que realmente pasó en Jauja, sino, más bien, para mentir sabiendo que mentía (p.320)
—Sólo recopilar la mayor cantidad de datos y opiniones sobre él, para, luego, añadiendo copiosas dosis de invención a esos materiales, construir algo que será una versión irreconocible de lo sucedido (p.95)
La capacidad del narrador personaje en Historia de Mayta de alterar la historia de manera deliberada y antojadiza lo reviste de una gran autoridad para “reflexionar sobre los acontecimientos que nos presenta considerando que la enunciación histórica excluye la forma autobiográfica”. (De Grandis 1993:378) Su intervención es determinante para adquirir una particular visión de lo que se narra, pues “trata de persuadir al lector de la plausibilidad política, filosófica y/o religiosa de su análisis” (1993:378-379).
Otras aproximaciones también han destacado la intervención del narrador personaje en Historia de Mayta. Eduardo Urdanivia Bertarelli8] afirma que la interferencia del narrador en esta novela es una presencia constante que refiere a la presencia del autor mediante el efecto autobiográfico con la finalidad de sugerir mayor verosimilitud al lector y compromiso vivencial por parte de quien relata la historia “en el sentido de hacerse parte de una realidad literaria del mismo modo que se es parte de una realidad social concreta. Mario Vargas Llosa quiere hacer clara su posición de partícipe de la realidad y no mantenerse en un plano de mero espectador” (Urdanivia 1986:135). En otras palabras, la intervención del narrador personaje, alter ego del autor, no es gratuita sino deliberada, pues obedece a un acto de persuasión sobre lo que se quiere narrar y cómo se quiere narrar, lo cual en buena cuenta es un mandato ideológico, por la orientación que se le quiere dar a la historia.
La constante irrupción del narrador personaje9] también es muy criticada por Iván Silén: “Curiosamente, la ideología es un cáncer que Vargas Llosa padece en su novela al irrumpir a aquello mismo que critica: el Absoluto en el socialismo pro-soviético” (Silén 1986: 272). Silén critica la intervención constante del narrador personaje en la historia y en el ser del personaje de Alejandro Mayta, pues considera que de antemano le ha quitado la autonomía de la que gozan los personajes de una novela. Su explicación es que esta actitud frustra el desarrollo del personaje Mayta, quien ya está condenado al fracaso por la arbitrariedad no solo del autor como creador de ficciones (lo cual sería admisible), sino porque el narrador está coludido con aquel. Y ello ocurre, según Silén, porque de parte del autor real existe una aversión ideológica hacia el socialismo, a tal punto que su personaje protagónico ni siquiera llega a consolidarse como un antihéroe o un nihilista, sino que culmina en un personaje malogrado por la confabulación entre el creador y su narrador, quienes no lo dejan “ser”:
(…) un Vargas Llosa-escritor-real vs. un Vargas Llosa-escritor-personaje como del ‘mismo’ ente. (…) Esta unificación de los entes-‘reales’ y de los entes-‘irreales’ no es gratuita, sino que responden técnicamente a la ideología que el novelista maneja complacido en su propia realización. (…)
“El deseo del novelista es tal (deseo de atacar al socialismo como ideólogo burgués —se puede y se debe atacar al socialismo, pero desde su propia historia, revolucionariamente, pues esto, a claras luces, producirá las malas novelas: Historia de Mayta—) es tal ese deseo de Vargas Llosa que termina por malograr a Mayta como ente real de la novela. (Silén 1986:270).
Según Vargas Llosa, detrás de sus mentiras deliberadas o de su mentir con conocimiento de causa, que caracterizan su noción de ficción, no existen atisbos ideológicos, ya que ello significaría interpretar documentalmente un discurso ficcional, ni tampoco, una toma de postura ante la realidad novelada; sin embargo, “todo esto, además de ser imposible, contradice el deseo de Vargas Llosa de ser parte de la realidad, voluntad manifestada de manera explícita en sus declaraciones (…) y, a un nivel literario, en la identidad que en la novela existe entre la voz narrativa y el autor.” (Urdanivia 1986: 137).
Susana Reisz prefiere analizar Historia de Mayta no desde una perspectiva ideológica, de sesgo político, sino más bien desde una perspectiva poetológica, es decir desde lo que estructuralmente propone esta novela como demostración de la poética narrativa de Vargas Llosa, en otras palabras, de su teoría de la novela. (Reisz 1986:113). Reisz opta por interpretar las irrupciones del narrador personaje más como una estrategia narratológica con miras a la exposición y sustentación de la teoría de la novela de autor que como una reflexión sobre las condiciones histórico-sociales del momento. Esta postura introduce una idea que me interesaría agregar en este momento y desarrollarla para complementar la respuesta a la pregunta que dio inicio a este apartado: ¿es posible un discurso literario desideologizado?
Las novelas de Vargas Llosa, en general, e Historia de Mayta, en particular, no constituyen el desarrollo de una sola y exclusiva tesis ideológica novelada, sino que pueden dar lugar a una breve pero variada diversidad de ellas. Hasta este instante, hemos aportado evidencias para demostrar que en esta novela se sustenta la inviabilidad de un proyecto revolucionario de izquierda que asuma en su plataforma política al indio como agente de cambio. No obstante, esto no excluye la posibilidad de hallar o proponer otras tesis ideológicas. La segunda posibilidad que encuentro muy importante reconocer y analizar se refiere a considerar Historia de Mayta como la tesis ideológica novelada de la propia teoría de la novela de Mario Vargas Llosa, lo que en términos de Susana Reisz en denominado novela poetológica (1986:113)
En esta línea, tenemos que se proponen algunos argumentos a favor de ciertos postulados de su teoría de la novela como lo son el “elemento añadido” y el trabajo documental para construir la ficción. Se miente con conocimiento de causa desde el momento en que el autor busca fuentes para conocer al detalle la realidad que desea novelar. No se documenta para retratarla tal como es, sino para distorsionarla y devolverla como un producto personalizado, al cual le ha impreso el sello particular de sus demonios. Esta idea es reconocible en Cartas a un novelista y en diversas notas, ensayos, artículos de opinión y entrevistas en los que expuso este asunto. Sin embargo, en Historia de Mayta, Vargas Llosa hace lo propio, pero bajo otro registro, el de la ficción narrativa, de manera que su propuesta se demuestra dentro del campo en el que se produce y no mediante su exposición en otros géneros. Lo peculiar es que juega con la ambigüedad de la identidad entre el narrador y el autor, problematización narratológica que bien podría ser incluida dentro de los alcances de su teoría de la novela. Recordemos que Vargas Llosa no se siente muy próximo a las categorías del estructuralismo ni de la teoría postmoderna por considerarlas demasiado intelectualizadas y porque, según afirma, alejan al lector común y corriente de la comprensión del fenómeno literario, pues solo podrían ser entendidas por especialistas. Esta relación entre autor y narrador —la cual nos conduce a la relación entre autor y obra— ha sido explorada por Vargas Llosa cuando ejerció la crítica de la obra de García Márquez, Gustave Flaubert, José María Arguedas, Víctor Hugo y Juan Carlos Onetti. El novelista peruano va a contracorriente de lo que teoría literaria contemporánea, sobre todo el estructuralismo, considera relevante para el análisis e interpretación de textos literarios, pues insiste en aplicar aproximaciones histórico-biográficas a las obras de dichos autores contradiciendo “el principio teórico de moda según el cual la obra literaria debe ser analizada con prescindencia total de su autor”. (Vargas Llosa 1971).
La aspiración a la totalidad en el fondo es la consecución de la desintegración de la realidad, pues esta es imposible de capturar mediante el lenguaje de la novela (y del lenguaje en general). Al intentar representar la totalidad de la realidad real, la novela no hace más que aproximarse y alejarse de aquella, porque el buen novelista para Vargas Llosa es aquel que conociéndola muy bien está en la capacidad de alterarla o desintegrarla de manera que no siga siendo la misma —pues no debe ser la misma si es que va a convertirse en novela—. La ficción que es una mentira termina siendo más real que la realidad misma porque es producto de la intervención de una conciencia creadora que la ha reacomodado a su gusto y que reconforta al creador, a diferencia de la realidad real con la cual no se identifica y se niega aceptar, y a la cual le es posible atribuirle la cualidad de “falsa” porque no satisface sus expectivas: “Acaso no es incompatible postular que, en definitiva, la tarea de este deicida en vez de totalizadora es desintegradora (…) en Vargas Llosa predomina la desintegración (…) Como resultado, la desintegrada suplantación es más “real”, puesto que la realidad pareciera provenir de un demiurgo inhábil…” (González Vigil 1991:338). De esta manera, observamos que las categorías realidad y ficción son deconstruidas dentro de la teoría de la novela de Vargas Llosa, ya que se abandona el sentido original de correspondencia obligatoria con un referente preexistente para luego ser definidas por la arbitrariedad de la conciencia creadora.
Entonces, ¿a qué conclusión llega el autor de Historia de Mayta luego de la demostración de esta última tesis ideológica? Que el escritor por más que logre documentarse, no podrá dar cuenta de la realidad real, pues esta lo supera en información. Las posibilidades informativas y documentales que posee la realidad real son muy variadas y hasta podríamos afirmar, infinitas: siempre habrá algo más por saber, las fuentes son contradictorias, existen diversas versiones. El narrador personaje de Historia de Mayta no mezquina esfuerzos en la búsqueda de información para elaborar su historia, pero al final confiesa que todo lo supuestamente descubierto no fue más que invenciones propias y deliberadas para hacer más atractiva su historia. Por ello es que el escritor de novelas se ve obligado a enriquecer su relato, ya que, de lo contrario, corre el riesgo de que esta palidezca ante la realidad. De este modo, el elemento añadido viene a ser el rasgo fundamental y diferencial que distingue a un novelista de, por ejemplo, un cronista o un historiador: no copiar sino enriquecer la realidad; la fabulación como complemento de la documentación. Todo esto es demostrado mediante el accionar del narrador personaje de Historia de Mayta.
(…) Vargas Llosa ha inventado un narrador tan parecido a él, que incita a la identificación contra la que él alerta en sus escritos teóricos. (…) La invención de Vargas Llosa no cumple tan sólo la función de narrar lo que él quería narrar —los sucesos de Jauja— sino, a la vez, la de contar el proceso de elaboración de lo narrado y, en general, las de presentar de un modo directo y vívido los principales problemas que él debe enfrentar al construir sus novelas. (Reisz 1986:122).
De esta forma, podemos afirmar que en Historia de Mayta existe, además de lo mencionado, una tesis estético-ideológica, un enunciado implícito que a pasado inadvertido para muchos críticos que se han concentrado en lo eminentemente ideológico-político: “los relatos de la vida de Mayta son realizaciones paradigmáticas del código estético en que se basa toda la obra de Vargas Llosa” (Reisz 1986:122).
En el análisis que realiza sobre esta novela, Birger Angvik apoya parcialmente la idea de Reisz, pero añadiendo que la exposición que hace Vargas Llosa de su propia teoría de la novela en Historia de Mayta cobra importancia por la inserción de la parodia, la farsa, la risa y lo burlesco. Apunta que entre los diversos asuntos que son parodiados en la novela (el proyecto autobiográfico, la novela total y la novela autónoma, la objetividad del escritor histórico como documentalista y la novela testimonial, la novela de compromiso en su variante de novela del guerrillero y a la izquierda y sus líderes) tiene un lugar especial la que se dedica a la parodia de su teoría de la novela y es aquí donde discrepa de Reisz: mientras esta considera que se trata de un desarrollo novelado de la teoría de la novela del autor real, aquel sostiene que es además un desarrollo paródico de la misma: “la novela previene contra los métodos de trabajo del ‘yo-autor’ ridiculizándolo en las contradicciones entre lo que pretende ser y lo que es.” (1992:108).
Giovanna Pollarolo también aporta ideas en torno a la relación entre el elemento añadido y la ideología al analizar realismo y la representación en la novela según Mario Vargas Llosa. Una novela lo es porque puede persuadirnos de que el mundo representado en ella es verdadero, a pesar de que se trate de una mentira. La realidad real es imperfecta por caótica, doliente, insatisfactoria y porque no la elegimos; entonces, el novelista reestructura la realidad añadiéndole cambios según su conveniencia. Es a través de la técnica narrativa que la realidad adquiere orden: “Un relato que quiera representar la realidad más fielmente debería expresar el caos del mundo de afuera. Y, por el contrario, una novela que organiza el relato a partir de una trama con principio, medio y final, con personajes coherentes y perfectamente caracterizados, sería menos ‘representativo’ pues tales modelos pertenecen al mundo del artificio” (Pollarolo 2001:12)
Raymond Williams, por su parte, aporta algunas ideas acerca de los demonios vargasllosianos, lo cual resulta útil para comprobar que esta categoría, elaborada dentro de su teoría de la novela, también es ideológica. Williams establece tres tipos de demonios delineados por Vargas Llosa: los personales, los históricos y los culturales. (Williams 2001:89). Los personales constan de aquellas experiencias traumáticas que ha enfrentado el sujeto y que posteriormente emergen durante el proceso de creación. Son de carácter inconsciente e irracional. Por otro lado, los demonios históricos involucran a la colectividad y al individuo. Comprenden los acontecimientos sociales y políticos. Y los demonios culturales se refieren a aquellas experiencias que han ido formando al novelista. Estos incluyen todas aquellas influencias que han enriquecido su bagaje literario, artístico y político (cine, teatro, pintura, música, teorías, etc.) A pesar de que Williams no lo manifiesta directamente, su clasificación de los demonios vargasllosianos entraña un sustrato netamente ideológico, es decir, en buena cuenta los demonios vargasllosianos, que son el motor o la pulsión que da lugar al proceso de creación novelística cuando emergen del inconsciente a la conciencia del individuo, no son más que productos ideológicos adquiridos a través de la experiencia vital y transformados un producto del lenguaje mediante el discurso literario.
Aplicando las propuestas de Teun Van Dijk acerca de la formación de discursos y la reproducción de las ideologías, podemos elucidar esta afirmación. La producción y reproducción de un discurso ocurre dentro de un determinado contexto sociocultural que favorece su difusión y de instituciones que lo amparan. Asimismo, Van Dijk establece que es posible analizar un discurso mediante la interrelación de los niveles que lo componen: uso del lenguaje, análisis textolingüístico; cognición, análisis de las ideas y/o creencias, es decir, estructuras mentales; e interacción social, análisis “de las acciones sociales que llevan a cabo los usuarios del lenguaje cuando se comunican entre sí en situaciones sociales y dentro de la sociedad y la cultura en general.” (Van Dijk 2000:38). Los discursos necesitan de la interacción social para difundirse, es decir, necesitan que los individuos interactúen entre sí: acordar o estar en desacuerdo, discutir, atarcarse, mantener su prestigio, persuadir al otro, etc. En tal sentido, la teoría de la novela de Vargas Llosa, específicamente su noción de los demonios, es ideológica en la medida que forma parte de un discurso que se ha alimentado de otros discursos (las diversas influencias literarias) y que apunta a consolidarse como un referente para aquellos que están involucrados en los asuntos literarios como la creación, la crítica o la teoría literaria. Lo es, además, porque se trata de un acto de habla que posee una intención comunicativa concreta: persuadir acerca del valor que tiene la individualidad dentro del proceso creador, lo cual es interpretado como un signo de progreso del conocimiento humano, en contraste con las creaciones grupales, las que son valoradas como productos significativamente menores y característicos de sociedades atrasadas que no reconocen el valor de la individualidad.
Los demonios vargasllosianos señalados por Williams son ideológicos también porque, primero, se han constituido como el resultado de múltiples influencias —de manera que podemos rastrearlas intertextualmente— que provienen de sujetos que ocupan un lugar importante en la historia de la literatura contemporánea; y segundo porque estas relaciones intertextuales han dado lugar a un nuevo producto discursivo que ha contribuido a instalar al sujeto que lo emite como un escritor reconocido por la comunidad académica y el gran público. Es decir, la evidencia que se aporta aquí para afirmar que la teoría de la novela de Vargas Llosa es ideológica es el carácter hegemónico de su discurso: no lo es porque goce de una amplia aceptación, pues lo hegemónico no radica solo en la validación del discurso, sino en la amplitud o cobertura de los espacios en que se discute su teoría de la novela e incluso todo el discurso vargasllosiano en torno a literatura, cultura y política. Más allá de las valoraciones que le conceda la crítica especializada o el lector común y corriente, las opiniones del escritor peruano no pasan desapercibidos y muchas veces generan corrientes de discusión que trascienden lo meramente literario y dan lugar a encendidas polémicas.
De este modo, se observa que los demonios vargasllosianos son ideológicos porque se han convertido en un marco de interpretación de la realidad para su autor. Es indudable, y al respecto hemos dedicado varios apartados, que escritores como Sartre y Camus, Hayek, Popper y Berlin —además de novelistas como Faulkner, Dumas, Víctor Hugo y Flaubert, entre otros, han ejercido una gran influencia en la teoría de la novela y en el pensamiento político del novelista peruano.
Por su parte, Terry Eagleton, en un sentido más general, también apoya la idea de la imposibilidad de un discurso literario desideologizado. Desde la perspectiva de la crítica marxista de la literatura, toda obra de arte es ideológica. Siguiendo a Plejanov, Eagleton afirma que “todas las artes nacen de una concepción ideológica del mundo; no hay (…) ninguna obra de arte completamente desprovista de contenido ideológico.” (1978:36). Sin embargo, Eagleton procura alejarse de las interpretaciones marxistas dogmáticas que solo interpretan las obras literarias como meros productos que reflejan la ideología de la clase dominante, pues esta postura “es incapaz de explicar, en primer lugar, el por qué tanta literatura realmente pone en duda las suposiciones ideológicas de su tiempo. Apoyándose en los argumentos de Ernst Fisher expuestos en Arte contra Ideología (1969), coincide en sostener que el auténtico arte “siempre trasciende la ideología de su época, ofreciéndonos una idea de la realidad que la ideología oculta a la vista”. Sin embargo, resalta que el arte hace más que reflejar pasivamente la ideología. El arte está sujeto a la ideología, pero, simultáneamente, se distancia de ella, hasta el grado que nos permite percibir y sentir la ideología de donde procede. (1978:37)
En Historia de Mayta, como en el resto de novelas de Vargas Llosa, observamos que la técnica narrativa —que otorga una gran relevancia a sus obras de ficción, en lo que concierne al diseño estructural de la historia— está al servicio de la transformación de la realidad real con la finalidad de obtener un producto, si bien basado en la experiencia del creador, enriquecido por el “elemento añadido”; es decir que no será un simple registro documental de la realidad sino, además, su superación, puesto que el creador de novelas se niega a aceptar la realidad tal como es; de lo contrario, si no fuera para alterarla según le parezca, o sea, si no fuera para jugar a ser Dios (un suplantador de él) no tendría sentido trasladar la realidad real a la novela sin ninguna transformación. La ideología en las novelas de Vargas Llosa está presente a manera de una tesis novelada que busca persuadir acerca de su validez (cada novela suya tiene una tesis ideológica en particular, más o menos evidente con diferencia de grado e intensidad):
- La ciudad y los perros: “La violencia institucionalizada y el autoritarismo deshumanizan al hombre”.
- La guerra del fin del mundo: “El avance de la modernidad es inexorable y quienes se nieguen con violencia ante ella están solventados por la irracionalidad y/o el fanatismo”.
- La fiesta del chivo: “El autoritarismo conlleva una tragedia con implicancias sociales e individuales”.
- El paraíso en la otra esquina: “La consecución de una utopía colectiva o individual puede conducir a la desgracia personal”.
Por ello es que afirmo que la técnica narrativa un recurso utilizado por nuestro novelista para lograr cierta independencia de la realidad y, en consecuencia, del circuito ideológico que rodea la experiencia creadora. “Esta es la curiosa ambigüedad de la ficción: aspirar a la autonomía sabiendo que su esclavitud de lo real es inmutable y sugerir, mediante esforzadas técnicas, independencia y autosuficiencia (…)” (Vargas Llosa 1997:45). En conclusión, no bastaría con calificar como ideológicas a las novelas de Vargas Llosa, sino añadir que tales obras, como toda obra de arte, mantienen una relación especial con la ideología, pues son su testimonio y a la vez su enjuiciamiento. El elemento añadido, categoría narratológica exclusivamente vargasllosiana, es una evidencia de que la técnica narrativa está directamente vinculada con lo ideológico, pues consiste en seleccionar, combinar y adulterar la realidad real para crear una realidad total, única y original (Vargas Llosa 2008: 40). De este modo, es que la ideología del espacio-tiempo que rodea la experiencia creadora de la novela se fusiona con la ideología del autor (Vargas Llosa los denomina “demonios”); lo que articula ambos planos es el elemento añadido. En el aspecto manipulatorio, antojadizo y subjetivo de la aplicación del elemento añadido radica el componente ideológico que se adiciona a la novela.
¿Qué rasgos distinguen a ese mundo ficticio que construyó del mundo real donde transcurrió su vida? Justamente, ser una realidad ritual, donde la apariencia, el gesto y la fórmula constituyen la esencia de la vida, las claves íntimas de la conducta del hombre. (…) lo que hace que, al mismo tiempo que reflejo de la realidad que lo inspiró, sea también su negación. Una novela es algo más que un documento objetivo; es, sobre todo, un testimonio subjetivo de las razones que llevaron a quien la escribió a convertirse en creador, en un rebelde radical. Y este testimonio subjetivo consiste siempre en una adicción personal al mundo, en una corrección insidiosa de la realidad, en un trastorno de la vida. (Vargas Llosa 2008:86) (las cursivas son mías)
La propia enunciación de las tesis ideológicas noveladas, indicadas líneas arriba, son una demostración del enjuiciamiento de algunos sistemas de creencias, como el fanatismo, el autoritarismo y las utopías libertarias o revolucionarias10]: “la novela, por sí misma, es un juicio estimativo —de orden literario, político y también moral— sobre los hechos que manipula como trasfondo de la ficción literaria.” (Urdanivia 1986: 137). La novela suele comportarse, en consecuencia, como una tesis ideológica, es decir, un juicio acerca de un hecho u otras ideologías sobre los cuales se posee una opinión.
Similar apreciación ha establecido Gustavo Faverón para el caso de El hablador, novela en la cual considera que el empleo de la narración alterna no obedece solo a un recurso técnico sino además a una estructura en la que el discurso del narrador occidental construye también la voz del narrador machiguenga: “A la decisión de negar una cierta autonomía a la voz ajena podría atribuírsele una naturaleza de índole ideológica” (Faverón 2002:460). Para Faverón la narración alternada reflejaría “la imposibilidad de comunicación entre dos mentalidades irreconciliables, y el hecho de que uno de esos universos esté irremediablemente contenido en el otro” (461).
Antonio Cornejo Polar también considera que las novelas de Vargas Llosa son ideológicas. Concretamente, respecto a Historia de Mayta, señala que detrás de la perspectiva del narrador subyace la ideología política del autor y que el hecho de ser enunciada desde el formato de la novela no impide reconocer lo ideológico. Es decir, que la novela es un discurso cuyo análisis e interpretación, desde la sociología de la literatura que es el marco desde donde Cornejo Polar elabora su crítica, trasciende lo meramente formal de su estructura. Ello significa que la ficción, que es consustancial a la novela, no elimina ni filtra ni depura los componentes ideológicos que posee el sujeto creador de la misma. En esta observación, considero que Cornejo Polar acierta, pero, de otro lado, opino que yerra al momento de valorar la novela como un documento histórico, o sea por su mayor o menor correlato con la realidad. Me parece que Cornejo Polar comete ese error porque no tomó en cuenta las características de la teoría de la novela de Vargas Llosa (más precisamente, el punto que refiere a la originalidad de una novela desideologizada). La crítica a esta afirmación deberá evitar la tentación de caer en la falacia referencial: interpretar la novela tomando como modelo a la realidad. Sin embargo, lo que merece destacarse de la crítica de Cornejo Polar a Historia de Mayta es el cuestionamiento de la estrategia de su autor: disfrazar lo ideológico bajo la investidura de lo meramente formal-narratológico: “La perspectiva del relato no es, entonces, una categoría puramente formal: reproduce, con fidelidad que la estructuración artística no opaca, sino más bien define y precisa, una posición social y correlativa opción ideológica11].” De otro lado, coincido plenamente con el mencionado crítico cuando afirma que Historia de Mayta es una obra de ficción que expone la ideología del autor acerca de la participación de la izquierda latinoamericana en las revoluciones.
A pesar de las diferentes reacciones que Historia de Mayta ha suscitado en la crítica literaria latinoamericana, lo cierto es que “The reading by Latin American literary critics of The Real Life of Alejandro Mayta as a political reflection —and even as a reactionary novel— influenced the international reception of the novel” (Kristal 1998:141).
A partir de lo que se puede observar en las novelas de Vargas Llosa, es posible sostener que su discurso político liberal se ha convertido en un instrumento para la legitimación ideológica Sus intentos por defender la democracia liberal contra los totalitarismos ideológicos, estaban, en un inicio, animados por principios éticos, siguiendo la línea de la crítica que Camus hizo contra los totalitarismos tanto de derecha como de izquierda, pues al igual que el filósofo francés, Vargas Llosa asumió que no era posible separar la ética de la política sin derivar en el totalitarismo y el abuso de poder. Según William Rowe, a partir de los años 80, lo ético fue cediendo paso a lo práctico en las intervenciones que el novelista peruana realizaba como analista de la coyuntura social, política y cultural a nivel mundial hasta el punto que “había empezado a mezclar el lenguaje del liberalismo clásico con el del neoliberalismo. La libertad había dejado abiertamente de ser un principio de limitación ética, para convertirse en instrumento de legitimación ideológica” (Rowe 1990:86). Coincido parcialmente con Rowe en lo referente a la confusión entre liberalismo clásico y neoliberalismo, la cual Vargas Llosa no siempre aclara con precisión, confusión que se manifiesta e intensifica sobre todo cuando considera que no existe tal neoliberalismo, sino que se trata de una etiqueta ideológica que proviene de los enemigos de la cultura de la libertad, muy proclives a la invención de categorías para descalificar a sus adversarios políticos. Sin embargo, es conveniente destacar que Vargas Llosa también ha trazado una línea muy clara entre lo que es una democracia liberal integral, donde el libertades políticas y la económicas son respetadas, y las autocracias liberales, en las que se suprimen las libertades políticas para asegurar el éxito de una política económica liberal. Para Vargas Llosa no es aceptable un crecimiento económico en un contexto totalitario. Lo que sucede es que no se anima a utilizar el concepto de neoliberal como tal, pero en el fondo crítica el contenido de dicho concepto, pues el neoliberalismo viene a ser igual, simplificando, libertades económicas menos libertades políticas12].
Pero para complementar la idea central que se venía explicando, lo ético en Vargas Llosa continúa siendo un imperativo ineludible en su conducta como intelectual, lo que no impide calificar como ideológico el contenido de sus discurso en defensa de la democracia liberal, pues por un lado dicha defensa se sostiene en la asunción de una supuesta superioridad ética de los valores comprendidos dentro de ese sistema político, entre los que destaca la cultura de la libertad. Lo ideológico lo hallamos en su estrategia de discusión: siempre plantea sus polémicas en términos de dicotomías irreconciliables, lo cual genera una reacción inmediata por parte de la comunidad académica que se siente comprometida a confrontar o respaldar lo manifestado por el novelista peruano. Vargas Llosa define unilateralmente los términos de la discusión como estrategia para lograr la persuasión atribuyendo a su interlocutor cualidades que éticamente y por el sentido común son censurables, lo que conduce a una “natural” adhesión a sus ideas (Rowe 1990:79-80). Esto es, como lo explica Teun Van Dijk, un recurso retórico frecuentado por los discursos ideológicos: establecer dicotomías irreconciliables, denostar al discurso contrario, ubicarlo en un contexto como una amenaza a la estabilidad social, etc.
5. Consideraciones finales
Historia de Mayta es la novela en la que Vargas Llosa expone manera más clara su teoría de la novela, sobre todo en lo que se refiere a la relación entre realidad y ficción. Una de las tesis ideológicas que desarrolla es que la novela es una mentira deliberada, pues el creador de ficciones miente con conocimiento de causa. Esta característica le imprime a esta novela una particularidad que el resto de novelas precedentes del autor no poseía. En buena cuenta, se trata de una argumentación novelística a favor de un aspecto concreto de su teoría de la novela: la realidad para el novelista es un insumo, una materia prima que debe transformarse durante el proceso creativo, de manera que conserve sus referencias reales, pero, una vez convertida en ficción, irá acompañada de un elemento añadido que le brindará una mayor capacidad de persuasión.
Historia de Mayta puede ser interpretada como representación del fracaso del proyecto de la izquierda peruana en su intento de conciliar su ideal político-revolucionario con el indigenismo; por lo tanto, el indigenismo resultaría inviable como ideología política. La novela desmitifica al indio como agente del cambio social en el Perú porque se muestra indiferente a las ideologías y a la revolución.
La novela funciona como una parodia, es decir, como una burda imitación de la realidad destinada al fracaso: la marginalidad ideológica, sexual y racial de Mayta lo hacen inelegible para llevar a cabo una revolución. A través de la figura de Mayta, se ridiculiza a la izquierda, a la revolución y a sus líderes políticos. La resignación final del Mayta “real” simboliza que esos intentos por cambiar el orden social fueron inútiles porque no sentaron un precedente para las próximas generaciones. De otro lado, por medio del narrador-personaje que cuenta la historia, se ridiculiza al escritor que entendiera su labor como interpretación documental de la realidad, objetivo que como se muestra en la novela, también está condenado al fracaso.
La misma novela refuta la tesis de su autor, quien considera posible un discurso literario desideologizado: todo discurso se construye a partir de la intertextualidad con otros discursos. La tesis de Vargas Llosa en este punto falla porque no considera los presupuestos ideológicos que anteceden al discurso de un sujeto en particular, con los cuales construimos una cosmovisión del mundo. Más bien, su tesis de la obra desideologizada sirve de argumento para consolidar discursos hegemónicos tras la fachada de lo “no-ideológico”.
Por todo ello, podemos concluir finalmente, que Historia de Mayta, leída en clave ideológica, desestima en primer lugar, el indigenismo como ideología política; y en segundo lugar, al idealismo revolucionario, igualmente arcaico y utópico que propone al indio como protagonista de la revolución.
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[1] Luego de la presentación de su novela El paraíso en la otra esquina en Madrid, a la pregunta “¿Mantiene MVLL una sensibilidad especial hacia ese primitivismo, ese indigenismo? ¿Le parece un movimiento fértil?” responde: “Me parece fértil en arte, mucho más que en términos sociales, desde luego. Yo creo que la civilización es una buena cosa; pienso que hay que estar muy, muy sumido en la civilización para poder rechazarla y mitificar el mundo primitivo como lo hizo Paul Gaughin. Hay que estar preparado realmente para rechazar la civilización y decir cosas como por ejemplo ‘la corbata, qué tontería, qué intolerable signo de opresión”. El Mundo, 2 de abril de 2003.
En Bogotá, con motivo del Seminario Internacional ‘Las amenazas a la democracia en América Latina: terrorismo, debilidad del Estado de derecho y neopopulismo,’ declaró acerca del indigenismo: “El desarrollo y la civilización son incompatibles con ciertos fenómenos sociales y el principal de ellos es el colectivismo. Ninguna sociedad colectivista o impregnada con esa cultura es una sociedad que desarrolla, moderniza y alcanza la civilización”. “El socialismo, el nazismo y fascismo son los fenómenos colectivistas del pasado. Hoy se expresan mediante el nacionalismo y los integrismos religiosos. El fenómeno está brotando en América Latina de una manera muy sinuosa y revistiéndose con unos ropajes que no parecen ofensivos sino prestigiosos”. “El indigenismo de los años 20, que pareció haberse quedado rezagado, es hoy en día lo que está detrás de los fenómenos como el señor Evo Morales en Bolivia. En Ecuador hemos visto operando y además creando un verdadero desorden político y social”. (Sarango 2003)
[2] Camilo Fernández Cozman ha comentado la aproximación teórica de Vargas Llosa a la obra de José María Arguedas. Señala que cuando ejerce la crítica literaria, cae en contradicciones, pues si bien rechaza el referencialismo histórico-biográfico, cae en un referencialismo psicologista cuando aborda la obra de Arguedas a la luz de sus datos biográficos. En razón de esto califica de arcaica la aproximación teórica de Vargas Llosa (Cozman 1997:115).
[3] El Mundo, miércoles, 2 de abril de 2003. Citado por Sarango M., Luis Fernando.
[4] “El yo escritor pierde o malogra su proyecto en el proceso práctico de la escritura en el que la caricatura, la sátira, la ironía, lo absurdo y lo fantástico hacen de su proyecto una comedia y no un drama realista”. (p.117).
[5] Es un procedimiento recurrente en MVLL, la documentación exhaustiva para escribir una novela. Consideremos el caso de La guerra del fin del mundo, El hablador, El paraíso en la otra esquina, La fiesta del chivo, por citar algunos de los ejemplos más notables de investigación durante la preescritura de la novela.
[6] El estudio contemporáneo más profundo acerca del fanatismo es el realizado por Federico Javaloy. En Introducción al estudio del fanatismo (1984), Javaloy delimita con precisión la noción de fanatismo a partir de un rastreo histórico. Sostiene que no es posible entender el fanatismo a plenitud sin tomar en cuenta los elementos psicológicos que lo animan. Las conclusiones de Javaloy acerca del fanatismo son aplicadas en esta investigación al fanatismo político en Historia de Mayta y al fanatismo cultural en El hablador
[7]Esta categoría de tesis ideológica novelada ha sido elaborada sobre los presupuestos que la crítica marxista de la literatura y el análisis crítico del discurso (ACD) han aportado para la explicación de las relaciones entre discurso literario e ideología.
[8]Para Urdanivia el realismo de Vargas Llosa es particular por engañoso y tendiente a la mentira deliberada. Por ello, afirma, que aquel se distancia del realismo clásico de sus maestros del siglo XIX. De esta manera, Urdanivia valora negativamente el «elemento añadido», pero no procura entenderlo y menos explicarlo.
[9] No siempre ha podido Vargas Llosa resolver esta tensión; no siempre es tan imparcial ni tan ausente como narrador como lo quisiera ser.
[10] Eduardo Urdanivia Bertarelli se aproxima a esta categoría cuando indica cuál es, desde su perspectiva, el objetivo de Historia de Mayta: “el de descalificar a la izquierda marxista-leninista como alternativa política en las próximas elecciones presidenciales”. Lo sostuvo, obviamente, en los meses previos a las elecciones generales de 1985 en las que Alfonso Barrantes Lingán lideró la coalición de partidos de izquierda denominada Izquierda Unida (IU).
[11] Cornejo Polar, Antonio. “La historia como apocalipsis”. En REQUEJO, Nestor T. El fuego de la literatura. Lima: Arteidea, 2001, pp. 256.
[12] Agradezco a Gonzalo Gamio por esta didáctica definición.
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